Tuesday, May 18, 2010

LA LEYENDA DEL HORCON

La leyenda del Horcon: El Indio DuarteLlovía torrencialmente


y en la estancia del horcón

como adornando el fogón

estaba toda la gente

-Dijo un viejo de repente-

les voy a contar un cuento,

aura que el agua y el viento,

train a la memoria mía

cosas que nadie sabía

y que yo diré al momento

Tal vez tenga que luchar

con más de un inconveniente

pá que resista la mente

el cuento sin lagrimear,

pero Dios que supo dar

paciencia a mi corazón

tal vez venga ésta ocasión

a alumbrar con su reflejo

el alma de un gaucho viejo

que ya lo espera el cajón

hay cosas que yo no puedo

detallar como es debido,

unas, por que se han perdido

y otras por que tengo miedo,

pero ya que en el enriedo

los metí, pido atención,

que, si la imaginación

me ayuda en éste momento

conocerán por mi cuento

LA LEYENDA DEL HORCÓN

Alcáncenme un amargo

Pá que suavice mi pecho,

Que voy dentrar derecho

Al asunto por que es largo;

Haré juerza sin embargo

Pá llegar hasta el final

Y si atiende cada cual

Con espíritu sereno

Verán como un hombre güeno

Llegó a hacerse criminal

Setenta años, quien diría

que vivo aquí en éstos pagos

sin conocer mas halagos

que la gran tristeza mía;

setenta años no es un día,

pueden tenerlo por cierto,

pues si mis dichas han muerto

aura tengo la virtud

de ser pá esta juventud

lo mesmo que un libro abierto.

Iban a golpiar las manos

por lo que el viejo decía

pero una lágrima fría

los detuvo a los paisanos.

No se asusten si mi cuento

les recuerdo en éste día

algo que ya no podía

ocultar mis sentimientos

Vuelquen todos un momento

La memoria en el pasao

Que allí verán retratao

Con tuitos sus pormenores

Una tragedia de amores

Que el silencio ha sepultao.

Hay sentimientos humanos

- dijo el viejo conmovido -

que los años con sus ruidos

no borran de mi memoria

y éste cuento es una historia

que pá mí no tiene olvido.

Allá en mis años de mozo,

y perdonen la distancia,

sucedió que en ésta estancia

hubo un crimen misterioso.

En un alazán precioso

llegó aquí un desconocido

mozo lindo muy cumplido

que al hablar con el patrón

quedo en la estancia de pión

siendo después muy querido.

Al poco tiempo nomás,

el amor lo picoteó

y el mocito se casó

con la hija del capataz;

todo marchaba al compás

de la dicha y el amor

y pá grandeza mayor

Dios les mandó un cariño,

un blanco y hermoso niño

más bonito que una flor.

Iban pasando los años

muy felices en su choza

ella alegre y güena moza

el juerte y sin desengaños.

Pero misterios extraños,

llegaron . . . y la traición

deshizo el mocetón

sus mas queridos anhelos

y el fantasma de los celos

se clavó en su corazón.

Aguantó el hombre callao

hasta dar con la evidencia

y un día fingió una ausencia

que jamás había pensao.

Dijo que tenía un ganao

que llevar pá la tablada,

que era una güena volada

pa ganarse algunos pesos

y así, entre risas y besos

se despidió de su amada.

A la una de la mañana

del otro día justamente

llegó el hombre de repente

convertido en fiera humana;

de un golpe hechó la ventana

contra el suelo en mil pedazos

y avanzando a grandes pasos,

ciego de rabia y dolor,

vido que su único amor

descansaba en otros brazos.

Como un sordo movimiento

enseguida se sintió,

después un cuerpo cayó

y otro cuerpo en el momento,

ni un quejido, ni un lamento,

salió de la habitación

y pá concluir su misión

cuando los vido dijuntos

los enterró a los dos juntos

donde hoy está el horcón.

En la estancia se sabía

que la ingrata lo engañaba

apero a él naide le contaba

la desgracia que vivía,

por eso la polecía

no hizo caso mayormente,

pues dijeron la inocente

se jué con su gavilán . . .

y en cambio los dos están

descansando eternamente

¡A jijuna! gritó un paisano-

si es así lo que habla el viejo,

¡Ese era un macho canejo!

¡yó le besaría la mano . . . !

YO SOY -Le gritó el anciano-

¡venga mi hijo. . . béseme!

Yo jui mijo el que maté

a tu madre desgraciada

por que en la cama abrazada

con otro, yo la encontré.

Hizo bien taita querido,

-gritó el hijo sin encono-

venga viejo lo perdono,

por lo tanto que ha sufrido;

pero aura taita le pido

que no la maldiga más

que si jué mala y audaz

por mí, perdónela, padre,

que una madre, siempre es madre,

¡déjela que duerma en paz. . .!

Los dos hombres se abrazaron

como nunca lo habían hecho

juntando pecho con pecho

como dos niños lloraron,

padre e hijo se besaron

pero con tal sentimiento,

que el humano pensamiento

no puede pintar ahora

la escena conmovedora

de aquel trágico momento.

Los ojos de aquella gente

con el llanto se inundaron

y todos mudos quedaron

bajo un silencio impotente,

-volvió a decir nuevamente-

Allí están en el Horcón

y poniendo el corazón

el anciano en lo que dijo,

le pidió perdón al hijo

y el hijo le dio perdón.



Autor: Juan Pablo López

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